Hace un año atrás, California se sacudía por la noticia de que 28 bodegas comercializaban vinos con niveles de arsénico que resultaban perjudiciales para la salud.

Hasta la fecha, 83 etiquetas siguen en los escaparates, sin que nadie los haya retirado, y al ser en su mayoría, vinos que se venden a menos de 10 dólares la botella, podemos imaginar la penetración en los hogares que tienen estos productos.

Después de muchas idas y vueltas en sede judicial (la Corte de Los Angeles) se han manifestado el Instituto del Vino de California, las universidades y otros actores que están interesados en demostrar que los niveles de arsénico que contiene el vino californiano no son nocivos; en una palabra, probar que las acusaciones son falsas.

La autoridad norteamericana de alimentos (FDA) establece como límite aceptable 10 ppb (partes por miles de millón), y si tomamos la investigación de la Agencia de Control de Bebidas Alcohólicas de Canadá (LCB), vemos que de los más de 2.200 vinos californianos testeados, el resultado de la prueba de arsénico muestra que el 99,2% de ellos tenía 25 ppb o menos.

A pesar de estos datos, todo indica que el consumidor sigue optando por la compra de esos productos.

No solo en Argentina, se minimiza la acción del arsénico en el cuerpo humano.