Tengo la suerte de vivir en uno de los barrios más lindos de Buenos Aires. Lindo porque sigue siendo barrio. Lindo porque conserva bastantes espacios verdes. Lindo porque tiene una oferta gastronómica envidiable. Lindo por muchas otras cosas, pero prefiero, en este momento, reenfocarme en la oferta gastronómica.
En distintos días y horarios, suelo ver excelentes platos que son acompañados con agua o con cerveza, y no con vino. Es cierto que los controles de alcoholemia en Capital Federal son exigentes, aunque esto no debería ser obstáculo para disfrutar una copa de vino en la cena. Después de mucho preguntar a quienes más saben, los mozos, parece ser que una de las principales razones es que si solo uno o dos de los comensales están dispuestos a tomar vino, la tradicional botella de 750 ml. es demasiado y por alguna extraña razón la botella de 375 ml. está muy devaluada.
El imaginario popular de quienes no saben mucho de la bebida nacional dice que los vinos de buena calidad no se embotellan en 375. El imaginario de quienes “entienden” demasiado dice que la relación de aire/vino en la “botella de medio” provoca una oxidación temprana del producto.
En la foto de portada verán entre las botellas a dos vinazos de Bodegas López: Chateau Vieux y Montchenot envasados en 375 y saben tan bien como los embotellados en otra presentación. El hecho de poder disfrutarlos “en miniatura” maximiza la experiencia de maridar un buen plato, con lo mejor de nuestra vitivinicultura. Ése es el momento en el que el bodegón se transforma en un bistró y la cena pasa a ser un disfrute.
Seamos prácticos: si somos cuatro los que vamos a tomar vino, pidamos una de 750; si somos seis y querés agasajar a los comensales, abrite una magnum; para disfrutar una doble magnum esperá a que sean ocho; pero no dudes en pedir “una de medio” si estás solo o con una sola persona de compañía. Se disfruta más. Se disfruta mejor.
Como siempre, solo disparamos tu curiosidad, para que lo experimentes en carne propia.
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