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El Vino

Etna

Etna

Mi abuelo materno seguramente vio más de una vez esa escena, desde el  lugar en el cual fue tomada la foto. Era de un pueblo vecino al monte Etna, y al fin de la Primera Guerra Mundial, emprendió su exilio hacia Argentina, buscando lo mismo que miles de compatriotas: paz y prosperidad. Dejó a sus padres siendo muy joven y no regresó jamás a esa tierra que él describía con tanta alegría.

Las historias que cuentan los abuelos, son imprescriptibles en nuestra memoria, y nos suenan tan reales que son vívidas para nosotros. No recuerdo cuántas veces he visto la pluma del volcán, ni cuántas más he saboreado los deliciosos hongos del pedemonte o los maravillosos aceites de oliva, almendras, castañas y pistachos; aunque nunca he ido -aún- al pueblo de mi abuelo.

 

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Y lo que para algunos es barrera, para otros es oportunidad. Desde 1968, la zona que rodea al «refugio de Tifón – según la mitología griega-» tiene una DOC propia.

La elevación sobre el nivel del mar, con la consiguiente amplitud térmica, la heliofanía pero por sobre todo, la riqueza mineral de esos suelos permanentemente impactados por las erupciones y fumatas; hacen de los vinos de la DOC Etna, algo muy especial.

Hay registros de vitivinicultura desde hace unos 2.200 años, pero no fue sino hasta la epidemia de filoxera en Europa, que esta región no creció explosivamente en vides.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la industria tuvo otro impulso, pero es recién en el Siglo XXI, en el que los vinos de Etna comienzan a ser tomados en serio.

Si hablamos de varietales, los típicos de la región son:

Siempre quise visitar la tierra que pisó mi abuelo, ahora además quiero saborear los vinos que la familia tomaba.

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