Los fines de semana pueden dar para terminar cosas atrasadas, reflexionar o dormir todo el día. En esta oportunidad se me dio por la lectura de cosas que ya llevan unos días de evolución. Cuando uno lee la noticia, generalmente no tiene demasiado tiempo para desmenuzarla; pero cuando detrás de lo publicado pareciera haber algo más; entonces el espacio da para repensarlo más de una vez.
Es una novedad en los últimos gobiernos nacionales, que el presidente se reúna con su gabinete un par de días para ver resultados de lo trabajado, y planes de acción para el próximo 2017. Si yo pudiera filtrarme a esa reunión llevaría varios títulos, encadenados en una sola idea: «Lo urgente es invertir en infraestructura». La frase no es mía, es de un Jesuita que conoce como nadie la pobreza estructural. Se llama Rodrigo Zarázaga y es un tipo de esos más que interesantes, que te lleva a repensar una y otra vez el cliché de «Responsabilidad Social Empresaria». A quien le interese conocer una mínima entrevista, le dejo el link de una nota reciente en La Nación.
«Lo urgente es invertir en infraestructura».
Parece la historia del huevo y la gallina, para tener hay que invertir pero para invertir, es necesario tener antes. La lógica del perro que se muerde la cola se rompe cuando interviene el estado; porque está clarísimo que los grandes productores no aportarán lo necesario para el desarrollo de los pequeños y medianos productores. O tal vez sí.
La situación es la siguiente: están comenzando a darse las condiciones para la reactivación del sector enológico y turístico de la provincia de Mendoza. Los últimos años no han sido buenos para los pequeños y medianos, pero sin ellos es imposible un crecimiento real y sustentable. Sus fincas terminan en desarrollos inmobiliarios aprovechados por los que más tienen. En momentos en los que el fin del empleo es una verdad de la globalización, y el emprendedorismo tiene más fuerza que nunca; si los grandes empresarios dejan de lado sus ambiciones personales y piensan en el bien de la industria – que lógicamente debería traer bienestar a la población-; es posible obtener resultados como los que cuenta Andrea Nallim en esta nota en Los Andes.
A menudo escuchamos en reuniones de coaching para gerentes frases rimbombantes como «dejar huellas», «construir el futuro» y otras del mismo calibre. Del dicho al hecho, siempre hay un gran trecho.
Termino con un pensamiento escrito por Jorge Sosa, días atrás en Los Andes:
Todo mendocino tiene sus recursos bodeguísticos. Y a la hora de celebrar a los amigos es común que saque una botella cuidadosamente guardada y digan: “Probá este malbec que es de la Bodega “Curdeli” de Luján”, o “tomate unos tragos de este bonarda que está hecho con uvas de la Finca de los “Chupandinos” de San Martín”. Porque todo mendocino tiene su rebusque y sabe encontrar los mejores vinos.
Difícil que un mendocino, de relaciones activas, tome un vino malo. Muy difícil. Claro que están los sibaritas que son capaces de aparecer del sótano con una botella de cabernet sauvignon llena de polvo de la cosecha de 1976, con la etiqueta impresas en tipografía gótica.
¡Qué lindo es pertenecer a la tierra que produce brindis, festejos y alegría en tantos países del mundo!
Y sin embargo, en la mayoría de las fiestas cuyanas, lo que más chupan los asistentes es cerveza. No lo entiendo, realmente, no lo entiendo.
Ojalá esta vez Mendoza comprenda realmente que la naturaleza le dejó la mejor tierra y la mejor gente para los vinos; y que no desperdicie la oportunidad por mesquindades.
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