Vivimos inmersos en una sociedad donde el valor que prima es el del marketing. Tanto «suena» una marca, tanto cuesta, tanto me gusta.
Y de esta regla no escapan los vinos.
No quiero decir con esto que un vino caro no sea bueno. Es más, puedo asegurar que la mayoría de ellos son excelentes. Lo que quiero decir, es que no porque sea caro me tiene que gustar necesariamente, o gustarme más que uno de menor precio.
Y esto viene como consecuencia de un vino que probé hace un par de noches. Uno de esos vinos que guardaba celosamente esperando el momento justo para su descorche.
Vino de muy buen precio, excelente bodega, clásica y reconocida mundialmente. Syrah 100%. 18 meses de crianza en barrica de roble francés de primer uso.
Fue descorcharlo e inmediatamente sentir que su aroma a humo invadía mi nariz. Intenso su color y de buen cuerpo. Dejé que se aireara por largo tiempo, mientras pensaba que esta acción volatilizaría el intenso aroma ….agresivo. Cosa que no ocurrió.
Hasta aquí el vino llevaba un punto a favor y uno en contra. Excelente a la vista pero tremendamente invasivo y desagradable en nariz.
Ahora vendría la hora del veredicto final: en boca. Concentrado, muy alcohólico, y una mezcla en paladar de los frutos negros que aparecieron mezclados con la madera que le daba un intenso sabor a tabaco. No se como transmitirlo, pero fue como que ambos sabores invadían diferentes papilas gustativas dejando el paladar seco con un final demasiado persistente …ya que no era agradable. Debo confesar que cada sorbo en un nuevo intento por percibirlo diferente me decepcionaba más. No pude continuar bebiendolo.
Aclaro que el vino no tenía defectos, y estaba en excelente estado de conservación. También aclaro que tal vez no era feo, solo que a mí no me gustó.
La prueba final fue que el vino no se terminó. Ninguna otra persona se sirvió otra copa.
Los comentarios fueron: «demasiada madera», «demasiado alcohólico», «demasiado invasivo». Ningún comensal dijo no me gusta. Tal vez la etiqueta inhibía. ¿Quien podía atreverse a decir no es bueno? Pero lo cierto fue es que quedó un gran resto de vino.
Después de degustarlo, pensaba donde estuvo la decepción. En primer lugar la expectativa del contenido de esa botella con esa etiqueta y ese precio. En segundo lugar la larga espera para su descorche. La tercera….el prejuicio de pensar que porque el vino es caro me iba a encantar.
Por eso la conclusión es siempre la misma el mejor vino es el que más nos gusta, independientemente de su precio.
Si al fin y al cabo en las catas a ciegas cuando se otorga puntaje a los vinos en los cuales no vemos su etiqueta, quedan excluídos y sin premio importantes vinos..que de haber estado viendo su etiqueta jamás hubieran quedado fuera.
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