Y la realidad es que es una muy mala palabra en las viñas. El hielo de las dos formas, ya sea al ras del piso en forma de heladas, o cayendo del cielo en forma de piedras, siembra el terror de las vides y sus guardianes. Las heladas rompen la fruta por contracción, el granizo por impacto.
Para saber cómo atacarlo, hay que comenzar comprendiendo cómo se genera el granizo y qué es capaz de hacer. La evaporación del agua superficial, se eleva en la atmósfera y al llegar a una determinada temperatura, se condensa formando gotas – nubes-. En determinadas latitudes y circunstancias, las nubes pueden alcanzar un considerable desarrollo vertical – de hasta 12.000 mts. de altura-. Esas formaciones traen consigo corrientes ascendentes y descendentes de aire de muy alta velocidad. En estas condiciones, la porción más cercana al piso de la nube tiene una temperatura elevada, mientras que el tope llega a temperaturas bajo cero. Estas formaciones tienen el nombre de «cumulus – nimbus» o «superceldas». La dinámica interna hace que las gotas de lluvia se congelen, formando cristales de hielo que se agrupan a gran velocidad, formando bolas que pueden llegar a tener el tamaño de una pelota de golf. Esa masa, cayendo desde 10.000 mts. de altura, puede llegar a matar a un animal. La siguiente es una imagen de lo que puede provocarle una granizada a un avión comercial durante la aproximación final en el aterrizaje.
Para no sembrar pánico, no es que haya estado en juego la seguridad en vuelo, pero convengamos en que no habrá sido un aterrizaje confortable.
Los radares meteorológicos detectan la presencia de granizo en el interior de la nube, porque el eco del hielo es diferente del que produce el agua. Lo muestra en una escala del verde al rojo intenso, donde a mayor oscuridad del rojo, mayor concentración de hielo. En la jerga aeronáutica se lo conoce con el nombre de «carozo» al núcleo de hielo.
El problema es que la cinética de la formación es tan veloz que a veces tarda menos de 30 minutos en transformar la nube y esto no da el tiempo suficiente para la preparación, por lo que hay que estar siempre preparado.
Una vez entendido el problema, pasemos a tratar de resolver el problema. Para esto hay varias alternativas: la defensa activa, la defensa pasiva y la constante investigación. Para paliar los problemas está la gestión del riesgo.
Dentro de las defensas activas, la más utilizada es el lanzamiento de proyectiles con ioduro de plata, al «carozo» de la nube, para fraccionar el tamaño del hielo y llevarlo a menor medida. El uso de vectores lanzados desde tierra ya está en desuso y ahora se hace desde aviones de pequeño porte. Físicos de la UNC crearon un nuevo método para el sembrado de nubes, el cual permite controlar tormentas de granizo. Consiste en aplicar agua electrificada para introducir en las nubes y mermar las precipitaciones de grandes cantidades de granizo que estropea cultivos. Es un procedimiento que aún está en trámite de patente.
La defensa pasiva es la que realiza el propietario del cultivo y consiste en colocar mallas antigranizo. Mendoza tiene un promedio de 25 tormentas anuales, con índices de destrucción que van del 4 al 29% de los cultivos. La malla más utilizada es la de color negro, elaborada con poliestireno de alta densidad, con tramas cada 10 cm y refuerzos intermedios y laterales. Se colocan en los espalderos y tienen una vida útil aproximada de 7 años.
A pesar de los esfuerzos públicos y privados, el granizo continúa haciendo daño a los productores y es aquí donde el estado se hace presente con una compensación económica por las pérdidas por granizo y heladas.
Por todo esto es que un productor se va a espantar mucho más que por un insulto, si uno dice «granizo»; y está bien que los porteños pensemos en que lo único importante no es salir a tapar el auto, cuando vemos nubes «negras».
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