Es posible que esa pregunta formulada así, o de una manera similar, haya sido escuchada más de una vez en el viejo mundo a fines del siglo XX, cuando los vinos argentinos comenzaron a tener presencia mundial.
Y la pregunta te puede llevar al mismo inicio de la conquista española de América, ya que la vitis vinífera llegó al continente en el segundo viaje de Don Cristóbal Colón, y años más tarde fue llevada a México y Perú dado el fracaso vínico del Caribe.
Al territorio argentino, las primeras vides llegaron desde Chile y se plantaron en Santiago del Estero, para ir de a poco viajando a Tucumán, el NOA y luego a Cuyo. Así fueron los indios, esclavos y mestizos, cambiando el hábito rastrero de la vid, por estructuras verticales para mejorar el fruto y el rinde. A pesar de la prohibición de Felipe II en 1595 -¿quién entiende a los españoles…? «¡Planten!» «¡No planten!»- los terruños fueron creciendo y multiplicándose.
Pasaron siglos hasta que la vitivinicultura argentina pegó un salto cualitativo y eso fue de la mano de los inmigrantes.
Ellos fueron quienes explotaron las fincas y las pusieron en el nivel siguiente. La entrada del Malbec a Mendoza en la segunda mitad del siglo XIX, abría la puerta a algo impensado en ese momento. Los «gringos» pusieron todo y no fue hasta fines del siglo XX que llegó la reconversión necesaria para «jugar en primera».
Años de desarrollo acompañado por la fluctuante economía, devino en la modernización de bodegas, capacitación técnica, mejora de las cepas; pusieron a la Argentina en el quinto lugar entre los productores mundiales, hablando en litros; y con numerosos primeros premios y medallas de oro, hablando en calidad.
Los indios aprendimos e incluso, llegamos a superar a los civilizados.
¡Salud!
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