Debo reconocer que me gustan mucho las ferias de vinos por varios motivos. Por supuesto que es una excelente oportunidad para conocer los vinos nuevos que las bodegas presentan en el año, también es la posibilidad (quizás) de encontrarte con el winemaker quien te explica su “creación” con pasión y logra llevarte por la historia de la elaboración lo que hasta podría decirte casi con seguridad que “ese” vino “contado” te gusta más. Y por supuesto podés comparar añadas todas juntas que, debo admitir, en casa es más difícil de lograr. No pudiendo dejar de decir que los eventos “sociales” del vino son apasionantes, casi “únicos” porque sabés que todos los allí presentes comparten contigo la pasión por el vino. El vino nos une, nos reúne y nos hace iguales al menos durante un momento. Imagino que como ocurre en el futbol cuando miles de hinchas se unen por una pasión en común.
Pero para mí además las ferias de vino tienen un plus. Es el lugar donde puedo probar todos los vinos que despierten mi curiosidad, o degustar aquel que otro “winelover” me señale pero lo más importante es: desconociendo el precio. Es como una cata a ciegas, pero del precio del vino. Esto hace que pueda sincerar mi gusto. Porque no vamos a negar que más allá que seguramente la mayoría de los vinos presentados nos van a gustar, la pregunta es ¿hasta donde van a gustarnos?. ¿Nos gustan porque nos dicen que son “alta gama”? ¿Nos gustan porque el momento nos deja llevar? ¿Nos gustan porque nos dijeron que tenían que gustarnos? la típica “probá este vino, te va a encantar!!”.
Yo defino que tanto me gusta un vino, preguntándome ¿me gusta tanto como para luego comprarlo? O, después de conocer el precio, defino si lo voy a comprar. Esa es mi medida de que tanto me gustó un vino: Lo compro o no lo compro.
Cuantas veces dijimos tal o cual vino nos encantó, pero lo cierto es que nunca más lo tuvimos en cuenta.
Y si vale la anécdota, en la última feria degusté un vino “diferente” “único”, “ese que te tiene que gustar porque el enólogo es “destacado”, de un terroir diferente, y bla bla bla. Pues debo decir que del 1 al 10 (otro modo interno de valoración para mi, mi escala de puntaje) me gustó 6. Y cuando conocí su precio pensé, además de no gustarme tanto, la “vedette” de la noche tiene precio muy elevado. Fui sincera y dije: no me gusta tanto, y para mí en este caso no vale ese precio, leáse no lo compro. Lo peor del caso, lamentablemente, es que en este tipo de ferias es “sincericidio” decir no me gusta tanto.
Quienes presentan sus vinos deben abrir la mente a que quizás su estilo de vino, o su método, o su terroir puede no gustar tanto al consumidor. Y lo primero que piensan, es:
“este no entiende nada”, y es donde caen en el error. O quizás se aun mecanismo de defensa, poner la culpa en el otro. Si quizás “leyeran” a los consumidores no estarían perdiendo tanta gente en el mercado del vino.
Me considero una consumidora avezada de vino, sin ser una profesional del vino. Pero pretender que a todos les guste algo por igual o por “decreto”, es como pensar que a todas a las mujeres nos tiene que gustar el “animal print” y que si no te gusta “no entendés nada”, o que si te gusta vacacionar en la montaña y no en el mar sos “out”.
Y cierro esta reflexión con una frase de alguien que sí entiende el mundo del vino y por eso siempre está vigente, el querido Mariano Di Paola, winemaker de Rutini, que no es poco decir, ¿no?.
“Hay tres tipos de vinos: el que más le gusta al enólogo, el que más le gusta a la gente y el que más le gusta a la prensa o a la crítica. Si pudiéramos juntar los tres en uno sería genial. Pero si no se da, tenemos que hacer definitivamente el vino que le gusta a la gente”.
Mariano Di Paola.
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