La fábula de «Pedro y el lobo» conocida por todos nosotros, es aquella en la que el mal uso de la alarma, provoca que todo el mundo la ignore, incluso cuando la amenaza es real. Nadie sabe distinguir cuando es real y cuando ficticia. Se dice que «provoca acostumbramiento». La peor catástrofe aérea argentina se produjo por no operar el último nivel de alarma que estaba en el proceso.
Eso nos ocurre con la palabra «emergencia». Ya perdió su valor. Está más devaluada que el peso moneda nacional (el anterior a 1970 y que ya ni recuerdo a cuántos ceros de distancia estamos).
Más que devaluada, le perdimos el respeto. Cualquier cosa se transformó en una «emergencia» y el resultado siempre es el mismo, se usa para corromper caminos para llegar a un objetivo que va en contra del bien común.
Desde que tengo uso de razón, Argentina, el país más rico del mundo, vive en emergencia. Había «villas de emergencia» -hoy el marketing progre las llama «barrios carenciados»; hay «emergencia económica», «emergencia sanitaria», «emergencia agraria», «emergencia hídrica», «emergencia energética» y siguen las firmas. Muchas veces pensé que los antiguos egipcios eran unos privilegiados por haber tenido apenas siete plagas.
Volver a empezar. Siempre es volver a empezar. Charles Darwin seguramente vio adaptarse a los antiguos habitantes de nuestra tierra y de allí surgió su idea de «la supervivencia del que mejor se adapta».
Los únicos que no vuelven a empezar son los inmorales que buscan únicamente el bien personal por sobre el bien común.
La mayor emergencia que tiene nuestro país es, como aquella también devaluada materia del colegio secundario, «Emergencia Moral y Cívica».
Un año y medio después de un cierre total, sólo hay víctimas. Gente que perdió su trabajo. Gente que perdió su esfuerzo de toda la vida. Gente que perdió a sus seres queridos. Gente que perdió su vida.
Un año y medio después, no tiene sentido hablar de precio del dólar, de inflación, de que cenar en una bodega costaba $ 2.500.- y ahora $ 7.000.-
Un año y medio después, cada vez menos gente puede tomar un buen vino o viajar.
Un año y medio después, aunque hayas hecho mil capacitaciones online, cursos con gurúes y consultas con gitanas, todavía te asalta la duda sobre si usar métodos tradicionales, creatividad, design thinking o simplemente hacer la del avestruz para ponerte de pie y volver a empezar.
Ojalá en el corto plazo pueda vivir en un país normal, en paz, unidad y bienestar; y que ese país se llame Argentina.
Todavía creo en utopías.
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