Era algo que tenía pendiente desde hace tiempo. Conocía otras bodegas, grandes y pequeñas, pero no había ido a López; por eso era escala obligada en este nuevo viaje relámpago a Mendoza.
Todo es diferente a lo que uno suele ver. Maipú creció mucho desde aquel 1898 en el que Don José López Rivas decidió instalarse con su familia en Mendoza y cultivar viñas y olivos. El año próximo la bodega cumplirá ciento veinte años y siempre ha estado en manos de la familia, que ya tiene su cuarta generación continuando lo hecho hasta hoy.
Al entrar a la bodega ya se nota el movimiento que no cesará en todo el día. Trabajo en el vino y trabajo en el turismo es una constante ya que las actividades normales continúan a pesar de la permanente llegada de grupos de turistas. El Estilo López se vive desde aquí. La hospitalidad funciona perfectamente. Mauricio, Sofía y todo el equipo están a disposición para que podamos recorrer las instalaciones con un guía.
En ese edificio prácticamente centenario, veremos los increíbles toneles de roble que van desde los cinco mil hasta los treinta y cinco mil litros, donde evolucionan los vinos tan propios de López. Toneles que en algunos casos, sobrepasan las ocho décadas de edad. Tremendos recipientes que conviven con la tecnología del acero inoxidable y los laboratorios.
Todo está impecable. Todo funciona. Se respira ese aroma tan particular, y además, inusualmente los visitantes respetan el propio silencio de la sala. Todo se encuentra en armonía.
La visita recorre varias naves que significan el proceso de elaboración del vino, desde que llega la uva hasta que está en condiciones de ser embotellado; para pasar luego al maravilloso centro de visitantes, que cuenta con el restaurante, un museo y una sala de catas. Impecable. Es que en 120 años de vida, tenés muchas historias para compartir.
Y eso también forma parte del Estilo López. La generosidad al transmitir lo vivido. Es que los visitantes quedamos boquiabiertos al ver fotos y elementos del pasado. Ciertamente no es fácil hoy triturar la piedra para sembrar, imaginen lo que tuvieron que trabajar los de fines del siglo XIX para implantar lo que hoy disfrutamos. Es para sacarse el sombrero, sin dudas.
Por supuesto la visita cierra con una degustación, y si llegás a la hora del almuerzo y no te quedás en Rincón de López, te perdiste mucho de la visita. El lugar es muy cálido, la atención es de primer nivel y Andrés Romano, chef del lugar, te deleita con platos muy bien logrados. Está claro que antes de irte, además de las fotos y lo que probaste, vas a pasar por ese lugarcito que nos pierde a todos… la tienda de regalos. Hay para todos los gustos y edades. Resulta imposible decirle a tu familia y amigos que no encontraste algo para ellos. Pensalo, no te vas a arrepentir.
Como gran resumen de lo vivido, quiero transmitirles que el “Estilo López” no resulta apenas un eslogan publicitario para “justificar” un modo de hacer vino: es la forma en la que trabaja esta familia. Conozco gente que trabaja en Buenos Aires. Conozco el espacio en Buenos Aires. Ahora me tocó el turno de conocer la cuna, y en estos tiempos tan difíciles de relaciones interpersonales, hay una constante en todo lo que he visto: no hay caras tensas ni ceños fruncidos. En un ambiente de trabajo eso dice mucho. Cada una de las personas con las que he estado o hablado, me han regalado una sonrisa, y en lo personal, eso no tiene precio –y creo que tampoco se paga con un sueldo, lo tenés o no lo tenés, fin de la historia-. Lo escribí más arriba, hay armonía. Trabajo duro, pero con respeto. Ese es el verdadero Estilo López, que como resulta evidente, se transmite en todo el proceso hasta el resultado final, son esos vinos que los argentinos sabemos que “nunca fallan”.
Quiero cerrar con un agradecimiento muy especial a Eduardo López quien nos invitó a conocer la Bodega, y con quien siempre es un placer tener esas charlas de vino.
Vayan. No se lo pierdan.
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