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El Vino

¿De quién es el vino?

¿De quién es el vino?

Sin pensar, la respuesta más fácil desde el punto de vista del consumidor es: “de quien lo paga”. ¿Y si te lo regalaron?

Sin embargo desde el punto de vista del productor, la respuesta puede ser claramente otra.

La planta dice que sin ella, no habría fruto, lo que le alcanza para decir que el vino es suyo.

El terroir dice que el sabor único de ese vino se debe a las propiedades de la combinación del suelo, la geografía y el clima; por lo tanto, asume que el vino es suyo.

Es aquí donde aparece el propietario de la finca diciendo que sin dudas, él es quien se embarcó en la aventura, por lo cual, sin su empuje, no hay vino.

“Está todo fantástico” dice el enólogo, “pero si yo no hago mis pases mágicos, el vino puede ser jugo de uva o vinagre, así que sin ninguna duda, el vino es mío”.

El agrónomo plantea que sin sus conocimientos, el resto de los participantes en el proyecto podrían haber sembrado maíz esperando obtener uvas, entonces, “piensen lo que quieran pero el vino se debe al ingeniero”.

El que cuida la planta y los que cosechan los racimos, están convencidísimos de que sin ellos, no hay vino. No tienen dudas: el vino es suyo.

Una vez embotellado, el distribuidor se junta con todos y les dice, “todo bien, pero si no lo venden, en un año se quedan sin posibilidades de seguir con el proyecto, así que más respeto, porque el vino es mío”.

El marketinero se entera de los dichos del distribuidor y dice: “sin mi trabajo, pueden tener el mejor vino del mundo, pero los consumidores jamás se van a enterar y no lo van a comprar. Yo soy el vino”.

La comida y la compañía saben que pueden hacer quedar muy mal al mejor de los vinos, por lo que asumen su protagonismo central enunciando que “el vino sirve para acompañarnos, nosotros podemos vivir sin él, pero él no es nada sin nosotros”.

Seguramente quedan actores en el camino que no he enunciado aquí, y todos plantean su protagonismo central, a quienes les pido mis sinceras disculpas por haberlos olvidado.

Así somos como sociedad. En lugar de dedicarnos a disfrutar las bondades del trabajo de cada uno, “luchamos” para determinar quien se queda con la medalla (porque de los malos vinos, nadie se hace cargo). En otras latitudes, uno no sabe quien es el enólogo, cuáles son las condiciones del terroir, o si el propietario tiene 5 hectáreas o 20 bodegas; sólo se dedican a disfrutar de las bondades del fruto de la vid; ¿o acaso imaginan un Petrus diferente de otro porque cambiaron de hilera, de madera o de enólogo?

 

Sepamos disfrutar de lo que tenemos más con los sentidos que con los nombres.

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