Recientemente celebrada la cena de Fin de Año, me queda el análisis de lo observado como costumbres en la mesa familiar y con amigos al momento de elegir la bebida.
En mi caso particular (una muestra de 30 personas) podría decir que los invitados se dividían en 3 grupos etáreos. Los adultos mayores, los adultos y los jóvenes entre 25 y 35 años.
Al preguntar con que deseaban comenzar la cena, los jóvenes, pidieron cerveza, a pesar de estar muy relacionados familiarmente con el vino.
Los adultos mayores, decidieron beber sidra, a pesar de que se les ofreció cambiar por espumoso, la respuesta generalizada fue: «nos gusta más la sidra».
Y entre los adultos la selección fue variada: algunos «abrieron» con vino blanco o rosé, otros decididamente con tinto y a la vez entre ellos quienes optaban por un «clásico» (bastante acorde con su personalidad) mientras que otros esa noche habían decidido probar algo nuevo, diferente (los más descontracturados).
El momento del brindis: ese sí fue un momento variado. Sidra, espumosos extra brut, espumosos dulces, cava…..
La reflexión que me dejó es cuánto influye en las costumbres la comunicación que se hace del vino a medida que pasan los años.
Los adultos mayores no crecieron con las burbujas de los espumosos ….crecieron con sidra. Y hoy el marketing del vino no va dedicado a ellos. Por eso no logran cambiar los hábitos.
La gente joven, es «bombardeada» diariamente con campañas de publicidad sobre cerveza, la contrincante natural del vino.
Y los adultos, que eramos los jóvenes de hace 15 años, fuimos a los que se comenzó a dedicar la batería de comerciales sobre el vino.
Será por eso también, que como son mayoritarias las campañas sobre el vino respecto al espumoso, es que la gente está dispuesta a pagar más valor por un vino, que por un espumoso. Si en verdad la reflexión interna es que solo es para brindar.
Aunque no parezca, la influencia es intensa. Y somos muy permeables a ella. Y así se van moldeando nuestras «costumbres argentinas».
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