Hace un año atrás, arrancaba esta historia de llevar a las letras lo que iba experimentando en este mundo del vino.

Como en todo nacimiento, hay demasiados estímulos e información para procesar. Cada vez que abrimos los ojos aparece algo o alguien nuevo. Y todo es para descifrar. Y empezamos a reconocer el entorno. Vamos todo el tiempo «aupados» y arropados, y frente a cualquier expresión, «solo» recibimos un cambio de pañales o una amamantada. Y está bueno.

Vamos creciendo y se nos siguen despertando los sentidos, porque nos percatamos de que no todo es la vista. Existe el tacto, el oído y ¡el olfato! Hay cosas que nos roban una sonrisa y otras que nos «avinagran» la cara, ¿o acaso a alguien le gusta el primer contacto con un cítrico?

Y un día aparece algo que no conocíamos. No todo es el dulzor de la leche. Parece que los que nos rodean se empalagan con otras cosas. Y así aparece ¡el gusto! Y siguen las caras de felicidad y las de desaprobación. Ya estamos casi casi en el mundo real. Son las primeras papillas, pero nosotros pensamos que es lo máximo. Y con la aparición de los dientes vendrán cosas mejores. Evolucionamos.  Es el momento de la socialización. No estamos solos y eso también es bueno. Aparecen los primeros amigos y compañeros de ruta. Y también las alegrías compartidas, y sí, los berrinches también. Y sin darnos cuenta, parece que ya no necesitamos tantas «upas» porque tenemos un sistema de locomoción propia. Primero en cuatro patas. Luego vendrá la hazaña de erguirnos. Es una escalera ascendente. Y el «próximo nivel» será dar los primeros pasos. Y en eso estamos.

En este primer año, el balance es muy positivo, pero estamos solo ahí, en los primeros pasos. Ahora el desafío es llegar más lejos.

Muchas gracias a todos los que nos siguen, nos enseñan y nos apoyan día a día. Quiero cerrar, con las muchas gracias especiales para Claudia y nuestras familias que nos aguantan esta «locura» de pasar horas detrás de una pantalla volcando nuestras experiencias.

¡Salud!