Y le robé el título a Laura Bravin, porque desde la terraza de Bodega Séptima, con las más de 150 hectáreas sembradas, uno puede sentirse en la cubierta de un crucero que flota sobre las vides. Y esto no está escrito bajo los influjos de los excelentes vinos con los que nos recibe Séptima.
La bodega forma parte del grupo español Codorniú. Es la séptima del grupo en el mundo. Está ubicada desde 2001 en una finca sobre la ruta nacional N° 7, sobre suelos originados por la descomposición y la desintegración de rocas y minerales de la Cordillera, a 1.050 metros sobre el nivel del mar.
Los datos duros referidos a Séptima los podemos sacar de su web.
El impacto es llegar a la bodega y que nos reciban con María – método tradicional – y luego Rozat, lo que abrió una charla entre amigos, con la calidez propia de quienes se conocen desde hace muchos años, Laura y su equipo nos fueron poniendo al corriente de las particularidades y también de las últimas novedades de la bodega.
Saber que María se exporta a Europa y a otros países del mundo con mucho éxito, es una noticia que toca hondo. Ver que en la bodega se utilizan elementos y teconología de avanzada y se combinan con el toque artesananal necesario para elaborar un vino de alta calidad, te lleva a saborearlo desde otro lugar.
El restó María es un espacio amplio, pero que no te quita la intimidad propia de saborear un menú en un lugar único.
Lo complementa la terraza espectacular de la que hablamos al principio.
Y por si todo esto fuera poco, el espacio para recibir a los visitantes cuenta con todo el arsenal de vinazos de Séptima.
Hay que verlo. Hay que vivirlo. Lo van a pasar muy bien. Y de nuevo, «gracias totales» a Laura y su equipo por toda la atención que nos dispensaron. Sinceramente, nos sentimos en casa.
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