Desde el comienzo de los tiempos, nadie está exento de ser copiado. A veces es falta de compromiso intelectual -por llamarlo de una manera suave-, pero en el caso de productos que tienen un elevado valor económico, hay gente que se esfuerza más en copiar que en desarrollar algo propio del mismo valor o superior.
Días atrás dábamos cuenta de la destrucción de falsificaciones famosas en Estados Unidos y al recorrer algunos archivos, vemos que el tema de «vinos truchos» es de larga data y no exclusivo de nuestro país.
Ya en 2011, una nota de MDZOnline explicaba los alcances de las falsificaciones chinas, que como todos sabemos, van desde el iPhone hasta bolsos y carteras de diseñadores internacionales.
Si uno compra falsificado, y sabe que lo está haciendo, más allá de lo delictual de su conducta, lo preocupante es qué puede ocurrirle a su salud. Ahora bien, pongámonos en la piel de una persona que decide invertir en vinos de alta gama, y es neófita o no conoce lo suficiente de este tipo de vinos; ¿es justa la estafa? Los productores, ¿tienen alguna manera de verificar que una botella sea de su bodega o no, con análisis externos?
Alguien debería ponerse a pensar en eso y terminar de una vez, al menos en este campo, con esa pésima costumbre de copiar.
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