«Si tomás espumosos en el avión, te estalla la cabeza»
«Las burbujas del vino en un avión a diez mil metros de altura te provocan una ‘embolia gaseosa'»
Seguramente todos escuchamos comentarios similares y tienen algo de cierto y mucho de mito, al menos en lo que respecta a la cabina de pasajeros de un avión comercial.
Es verdad que los gases en sangre reaccionan con las diferencias de presión atmosférica. No con las normales y cotidianas; sino con las extremas, tal como pueden ser buzos autónomos de profundidad o escaladores de alta montaña. A medida que la presión atmosférica aumenta -fenómeno que ocurre en las inmersiones marinas, a mayor profundidad, mayor presión – el aire que respira un buzo se comprime y las burbujas tienen un tamaño menor. Si el buzo subiera rápidamente a la superficie, esas burbujas alterarían el equilibrio gaseoso y en algunos casos, hasta podría ser mortal.
En la vereda opuesta se encuentran los ascensos. Con menor presión atmosférica – a mayor altitud, menor presión, y si no me creen, pregúntenle a Pasarella y la pelota que no dobla en Bolivia…-, las burbujas se agrandan y provocan cierto malestar, muy notable en los oídos y en el estómago-.
Ahora, ¿qué ocurre a 30.000 pies en un avión comercial? El panel de la izquierda es el control de presión de cabina. Lo tienen todos los aviones comerciales. La tripulación lo programa – altura de vuelo, altura de aeropuerto – y la cabina se presuriza y despresuriza automáticamente. Las dos alarmas color ámbar que se ven en el borde superior, indican si algo funciona mal en el sistema. Si esto ocurriera, la tripulación llevaría el avión a una altura de 10.000 pies -nivel seguro y confortable para un vuelo comercial- y buscaría aterrizar en el aeropuerto más cercano.
Entonces, ¿qué hago con el espumoso que me sirven en primera clase o business? Exactamente lo mismo que hacemos cuando estamos «con los pies sobre la tierra», disfrutarlo con moderación; y si beben más de lo aconsejado, ¡no culpen a la altura ni a la aerolínea!
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