¿ Conoces aquella tierra calida y familiar
que el Amor eterno se ha preparado:
donde corazones nobles laten en la intimidad
y con alegres sacrificios se sobrellevan;
donde, cobijandose unos a otros,
arden y fluyen…?
Así comienza una poesía que escribió en el campo de concentración de Dachau, durante su cautiverio en la segunda guerra mundial, un sacerdote alemán. De esa forma evocaba él su tierra. Ése era su sentimiento.
Mucho se habla de la calidad de los terroirs argentinos y la mayoría de nosotros sólo piensa en el suelo. Los más arriesgados, hasta podemos imaginar que el clima tiene algo que ver. Los terruños «ganadores» son aquellos en los que se armonizan los cuatro grandes jugadores que tiene el arranque del proceso del vino. Si alguno de éstos no está en sintonía con el resto; el resultado puede no ser el esperado.
Y es así, se trata de un equipo. Si es tan importante armar equipos ganadores en un deporte o en una oficina, mucho más lo es cuando se trata de obtener el mejor resultado de la naturaleza. El terroir es la buena combinación de:
- Clima: con importante amplitud y heliofanía.
- Hombre: que sepan tratar el suelo, la planta y el fruto.
- Suelo: con la composición y pendiente justa
- Cepa: la ideal para clima y suelo.
Pueden ser excelentes individualidades; pero para llegar al mejor resultado, lo primordial es la armonía. ¿Acaso no ven enólogos que tienen suelos menos aptos y consiguen vinos maravillosos, solo como resultado de su esfuerzo y el de su gente? Y en el otro sentido, personas desmotivadas, que «solo hacen vino» en lugares donde se podrían obtener joyas.
Tal vez sea una deformación profesional pero cuando pruebo un vino superior, quiero saber quién lo hace, dónde, cómo; y cuando viene a mi memoria un vino de la misma región no puedo evitar la comparación.
En síntesis, si alguna vez entramos en una polémica sobre «terruños», si los pensamos como un todo; es dificil que nos equivoquemos al decir que en la calidad de nuestros vinos, influyen positivamente las calidades de los terroirs.
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