Las clases en la EAS están armadas de forma tal que los últimos 30 a 45 minutos puedan disfrutarse con la degustación de etiquetas (¡no las etiquetas en papel, se entiende, el vino de las botellas!). Es una pena que hayan ocurrido dos cosas, la primera es que no hubiera tomado fotos de todos los vinos que probamos (exceso de discrecionalidad) y la otra es que, una vez que comencé a tomar fotos, quedaron en el S3 que la sensación de inseguridad reinante en Bs. As. me robó.
En la primer clase, con Mechi, degustamos cepas blancas. Sí. Adivinaron. Una de las preguntas fue: ¿dónde se plantan uvas chablis? Somos citadinos. Cuando nos dijo que degustaríamos un Sauvignon Blanc (¿es Cabernet Sauvignon que lo cortan verde?…), un Chardonnay y un Torrontés (los menos jóvenes dijimos… «uy… pis de gato») comenzábamos «formalmente» a descubrir que el vino no es solo una cara bonita.
Mechi nos enseñó a mirar el vino, la herradura en la copa para diferenciar cada uno por el color. Como el casi transparente Sauvignon Blanc era diferente del dorado Chardonnay y del casi ámbar Torrontés. Esos son los pequeños detalles que nos llevan a disfrutar, desde otro lugar al producto.
Aprendimos que el Sauvignon Blanc es cítrico en nariz, el Chardonnay es más vegetal y el Torrontés más floral. Es acá cuando empezamos a tomar conciencia de que girar el vino en la copa despierta los aromas que tiene escondidos (y también los que no se lograron disimular).
Cuando lo llevamos a la boca sentimos esa frescura que da la acidez del Sauvignon Blanc y que nos hace pensar que este verano, en la playa, tal vez las rabas las maridemos con vino y no con cerveza. También aparece alguna fruta tropical en el Chardonnay que seguramente acompañaremos con los langostinos fritos o con un pollo con salsa. La sorpresa para los mayores la da el Torrontés, que no solo «perdió» el «pis de gato» para ganar en peso y equilibrio y nos hará disfrutar de un sushi una noche cualquiera…
Experiencia enriquecedora.
Agregar comentario